La rebeldía en un instituto de secundaria, vista desde dentro

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‘La Vanguardia’ constata los conflictos en un instituto de enseñanza secundaria obligatoria

Cuando se cierra la puerta de la clase, la dirección del centro, las estadísticas y la lectura que de ellas se hace se quedan fuera. Dentro sólo está el profesor (con más o menos vocación, empatía y autoridad, y algunas veces con miedo) y los alumnos (los buenos, los malos, los aplicados, los pasotas…). Los padres no están ahí, pero su papel o la falta de él se palpa. Y lo que ocurre dentro de la clase, donde emergen problemas reales de la educación de secundaria (de 12 a 16 años) que no suelen trascender más allá de los muros de la escuela. La Vanguardia ha entrado en uno de los institutos públicos donde día a día se dirimen situaciones conflictivas, por la indisciplina de los alumnos, por la despreocupación de los padres… De sus 98 docentes, 50 han pedido el traslado. Así es una jornada en este centro.

8.30
«¿Pero… alguien ha hecho los deberes?»
Marta, profesora de matemáticas, se cruza en la calle con tres alumnos de cuarto de ESO apoyados en la verja del instituto sin ninguna intención de entrar a clase. «Pero ¿qué hacéis aquí?». Por respuesta, unas risillas y comentarios varios más la guindilla de Carlos: «A lamierda el instituto». Marta, imperturbable: «Venga. A clase, que va a sonar el timbre», y se va. Ellos cogen sus mochilas y, aunque sin ninguna prisa, cruzan la puerta. Marta comienza la semana con un grupo de cuarto de ESO. Se juegan el título y el paso a bachillerato – aunque la mayoría hará ciclos formativos – y sólo faltan dos semanas para acabar el curso. Debería haber una docena de alumnos en la clase pero son seis. La profe – lo de seño suena cursi y caducado – pasa lista y pregunta quién ha hecho los deberes. No. No. No. No… ¿Y Daniel? «Está expulsado, que se durmió en clase…». Risas. La única alumna que ha hecho el trabajo en casa sale a la pizarra a copiar ejercicios de funciones. Un alumno se levanta. Otro le da un papel. Marta: «¿Qué haces?». «Por una semana que me falta no voy a comprar una libreta…». Alguien golpea la puerta y entra. Son las 8.46 horas. «Me he dormido».

9.30
«¡Me la suda si me echas y voy a quejarme a dirección!

Hoy Marta no tiene clase a segunda hora y aprovecha para poner al día los comunicados de amonestaciones de sus alumnos. Tres amonestaciones suponen una expulsión de tres días (o una impulsión – ir al centro a estudiar – durante cuatro tardes), y tres expulsiones, un expediente disciplinario. El tutor y la dirección son quienes deciden. En el formulario puso que la falta es «muy, muy grave y motivo necesario y suficiente de expulsión directa». Marta escribió detrás de la hoja las razones: «Durante la clase el alumno X (de segundo de ESO) no trabaja, ni quiere trabajar desde hace semanas. Hace ver que escupe a los compañeros y luego se dedica a pintar con el boli el jersey de otro alumno. Le digo que retire su silla y su mesa hasta el final del aula. Me contesta que le van a dar con la puerta y le digo que me da igual. Contestación del alumno (de 16 años): «A ver si te peto…». Y luego: «¿A que te petan? Bueno, tú ya estás muy petada…». Marta le dice que tiene una amonestación y el chico grita: «Me la suda y voy a bajar a dirección a quejarme». El chaval cumple su amenaza y baja muy nervioso. Le explica a gritos lo ocurrido al jefe de estudios: «¡Estoy harto de esta profesora! ¡Me está tocando las pelotas!». Jordi se muestra comprensivo y le dice con muy buenas palabras que se calme. Cuando Marta acaba la clase explica su versión a Jordi. Horas después, el jefe de estudios del instituto pide a la profesora que lo hablen los tres juntos. «Yo no tengo que darle más explicaciones a este alumno», opina Marta. Tiene clarísimo que el chico se ha pasado de la raya, pero que le expulsen o no, depende ahora de la dirección del centro. Otro docente comenta: «Si la dirección no es estricta en estos casos, ¿qué arma nos queda a los profesores?». Marta hace fotocopias de esta amonestación y otras tres de la semana pasada: una para dirección, una para ella y otra para los padres del chaval. A las 10.20 horas se cruza en el pasillo con seis alumnos. Deberían estar en clase hasta que sonara el timbre, pero los han dejado salir. Uno de los alumnos, de 19 años, tiene un expediente abierto y está expulsado. No puede estar en el instituto, pero nadie le dice nada.

10.30

«¿Cómo se llaman dos rectas que se cortan?»
«Imparalelas» Tercera hora. Cuarto curso. En este instituto, como en la mayoría en Catalunya –más del 60% de los centros según un estudio de la Fundación Bofill–, agrupan a los alumnos por niveles. Una medida alegal y muy criticada por algunos pedagogos que defienden la integración de todos los alumnos. Pero aquí no se teoriza, hay que dar clase. «¿Qué vas a hacer? ¿Dejar que unos cuantos que no tienen ningún tipo de interés impidan hacer la clase?», se pregunta un docente. En cuarto curso, por ejemplo, hay cinco líneas (de bueno a malo, de 4.ºA a 4.ºE) y en las asignaturas troncales (matemáticas, catalán y castellano) se agrupan en siete grupos AB (bueno, medio y bajo), CD (bueno, medio y bajo) y 4.º E, un grupo adaptado donde todos son inmigrantes. Marta entra en un grupo de 4.º CD medio (cuatro chicos y una chica magrebí, la única que atiende durante toda la hora y laúnica que tiene los quince años que tocan, el resto son repetidores). «Tengo hambre, ¿puedo comer?», dice Carlos, el chico que mandó a la mierda el instituto a primera hora de la mañana. Está a punto de cumplir los 18. Carlos estuvo expulsado tres días. Piensa en voz alta y todo lo comenta. Todos menos él han hecho los deberes. Uno sale a la pizarra. El «Carlos, cállate» suena una y otra vez. Mientras corrigen los ejercicios y entre las explicaciones de la profesora – van más avanzados en el temario los alumnos del grupo «bueno» de 3. º que estos de 4. º – los chavales hacen comentarios: «La Sonia – otra profesora-está muy pesá»,dice uno. Otro habla del Barça (faltan dos días para Roma). Hacen funciones. «A ver – dice Marta-,dos rectas que se cruzan. ¿Cómo se llaman?». «¡Imparalelas!», «¡Rectas chocadas!» «¡Rectas en equis!». «Ni una… lo buscáis para mañana… ¿Alguien sabe cómo se llama el punto en que se cruzan?» «¡Punto G!». Sermón y a continuar.

Carlos está haciendo los ejercicios en su libreta, pero dice que se aburre. «Veo mucha chulería hoy en esta clase», dice la profesora. «Oye, sí, y a mí no se me quita», le contesta Carlos. A la cuarta vez de «me aburro», Marta le advierte: lo echará de clase. «Pues échame». «Tienes suficientes amonestaciones como para que te expulsen», le recuerda la profesora. «A la mierda la clase, tendrán que venir cinco profes para que me vaya». Marta empieza a sacar el papel de la amonestación y pide a otro alumno que vaya a buscar al profesor de guardia. Cuando este entra en la clase, le dice con tranquilidad a Carlos que se vaya. Pero no quiere. Marta advierte que le abrirán expediente y que tiene que irse. El profesor de guardia le insiste en que será mejor por las buenas. Y entonces, Carlos se pone a llorar. «¿Otro expediente?», susurra. Finalmente se levanta. El profesor de guardia cierra la puerta. Acto seguido, risas en la clase. «Si te pones chulo, te vas chulo», dice uno. «Tanto vacilar y luego va y se pone a llorar – más risas-,pero me da pena». Y Marta: «¡Ah! Te da pena… ¿Y yo? ¿Yo no te doy pena?». «Usted no, profe, porque tiene poder», dice otro con el puño en alto.

11.30
«Estamos bajando el nivel una barbaridad»

Media hora de patio. Un grupo de profesores coinciden en la sala donde hay la máquina de cafés. «Hoy un alumno (de un grupo bueno) me ha dicho que por qué tiene que estudiar y esforzarse más que su amigo (del mismo curso pero en un grupo más flojo)», dice un profesor. Otro expone su teoría: «Debería haber dos títulos de la ESO distintos, uno de graduado para los alumnos que demuestran que han adquirido los conocimientos y otro que certifique sólo la asistencia».

Los alumnos con problemas, de conducta principalmente, acaparan las energías y la mayor parte del tiempo de los profesores. En el aula y fuera de ella. «¿Y qué pasa con el derecho de los que sí quieren aprender o que serían mejores estudiantes si otros no distorsionaran el grupo?», se pregunta otro. Al profesor de ciencias experimentales le preocupa que algunos de sus alumnos de bachillerato no sepan resolver una ecuación de segundo grado: «¿Cómo pudieron pasar de curso? Estamos bajando el nivel una barbaridad porque si no, aquí no aprobaría casi nadie», opina. Otro es más contundente: «Estamos regalando el título, pero es que si no aprueban la ESO, no van a poder hacer nada…».

12
«Hay profesores que entran con miedo a clase»

A un profesor le tiraron una mesa. A otras las han amenazado con grabarlas con el móvil y colgarlas en internet. Insultos y desafíos a diario. Por norma general, en el aula, los alumnos hacen comentarios, preguntan a cada momento interrumpiendo. Arrastran las sillas. Cuando suena el timbre, se levantan y entran otros en la clase. «Ellos saben con quién pueden pasarse y con quién no, los profesores no sólo enseñamos, también educamos y tenemos que ponerles límites constantemente», dice Silvia, profesora de sociales, mientras recorre el pasillo. Otros, como Rafael, opinan que «la educación se trae de casa. Aquí se viene a aprender». Ahora a Silvia le toca guardia. Eso implica sustituir al profesor que no ha venido. «Algunos profesores tienen miedo, no saben imponerse y tampoco tienen empatía con los alumnos, hay que encontrar un punto medio para no perder el control de la clase», añade. Ella no ha tenido problemas, aunque a menudo se deja la voz en el aula y es de los que siempre se prestan voluntarios para acompañar a los chicos de excursión o de colonias. ¿La vocación era eso? «Otra cosa importante y que se nota al momento: los padres que se implican y que responden cuando les llamas; entonces se pueden resolver problemas. Pero a menudo, los hijos también pueden con sus padres», lamenta. Hace poco se constituyó la Asociación de Madres y Padres de este IES (de 700 alumnos incluidos ciclos formativos). No se apuntaron ni una docena.

13
Aula abierta, la enésima oportunidad

Alba es profesora de matemáticas, pero ejerce de tutora del aula abierta, antes para alumnos «conductuales»; ahora, oficialmente, para grupos «de diversificación curricular». Al aula abierta van los alumnos que fallan constantemente a clase, «que tienen un bajo ritmo de aprendizaje, sin perspectivas de futuro y con poco apoyo familiar». La comisión de atención a la diversidad decide los alumnos que dejan el itinerario «normal» para continuar sus «estudios» en el aula abierta. Una psicopedagoga (hay dos en el equipo directivo de este instituto de secundaria) coordina esta aula, que para otros es la prueba tangible de que el sistema educativo no funciona. Alba es la tutora. y está contenta porque ha conseguido que los cinco alumnos (deberían ser ocho, pero a estas alturas de curso ya no aparecen por la clase) quizás no saben resolver una división de tres cifras (tienen casi 16 años), pero pueden estar ahora diez minutos centrados en una tarea. «Y eso es un gran logro; muchos de los profesores que han tenido – todos han repetido en más de dos ocasiones o han sido expulsados de otros institutos-no se lo creerían».

 

ESTO VIENE A CUENTO PARA RECORDAR QUE HASTA QUE UN PROFESOR NO DECIDE QUE SE ACABA SU CLASE (SIEMPRE QUE DESPUÉS NO HAYA OTRA CLASE) ESTA NO SE ACABA. Y DESDE LUEGO ESO LO DECIDE EL PROFESOR NO UN ALUMNO. ¿EN QUÉ EMPRESA SE HA VISTO QUE UN EMPLEADO LE DIGA A SU JEFE LO QUE TIENE QUE HACER? Y MENOS EN BACHILLERATO, EDUCACIÓN NO OBLIGATORIA.